Carpe diem




Materiales: pletina de hierro, alambre, bote de ambientador, cadena. Medidas: 50x107x15cm. Año 2011 

Espiral imperfecta y herrumbrosa; garabato inverosímil casi en dos dimensiones; caballito de mares primigenios nacido de la espuma del magma:
“Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!”.
Sobre esa pletina plegada parte en espiral parte en quiebros rectos cabalga relajadamente un jinete con la cabeza de agua cuajada, fuente virgen de vida en potencia. Es como Bastián Bux cabalgando Sobre Fújur, el dragón blanco, hacia la tierra de la Hija de la Luna; no tiene prisa, llegará, y disfrutará del vuelo porque sabe apreciar lo cotidiano: Carpe diem, aprovecha el momento.
Héctor Cana acude otra vez a la espiral, el símbolo cósmico, esquema de la evolución del universo y de la órbita de la luna, tan frecuente en los petroglifos prehistóricos grabados en algunos megalitos y en la orfebrería ritual de esa época en que dios era mujer.
Es el caballo volador universal, Clavileño herrumbroso cabalgado por un Quijote con cabeza de agua, elemento fecundante, que se despega de la tierra para viajar al mundo de los sueños donde los seres que la habitan permanecen en la Edad de Oro, viviendo plenamente la armonía de las esferas celestes.
Es el Pegaso cósmico, configurado como una espiral galáctica, nacido junto a Crisaor de la sangre del cuello de Medusa cuando fue decapitada por Perseo; montado por Belerofonte o Perseo, o por el mismo Zeus.
El hierro materializa su existencia, pero la forma en que ha sido modelado le otorga un aire etéreo, de forma que vuela sin alas, que levita ingrávida.